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Por un activismo renovado

19/mayo/2025.- Ponencia telemática realizada por Pedro Pozas, ante el VI Encuentro Nacional y IV Congreso Internacional sobre los derechos de los animales no humanos “10 años de la materia Derecho Animal”, organizado por Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (Departamento de Ciencias Sociales), el pasado 16 de Mayo de 2025.

Desafíos, resistencia y relevo generacional

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Pedro Pozas Terrados

Vivimos tiempos convulsos, donde el activismo social, ambiental y por los derechos de los seres sintientes está siendo acorralado en múltiples frentes. La defensa del interés común y de los valores éticos que deberían sostener nuestras sociedades se está viendo debilitada, no solo por los ataques externos de los poderes económicos y políticos, sino también por las transformaciones internas de nuestras sociedades. En esta intervención quiero analizar, desde la experiencia vivida, los principales desafíos que enfrenta hoy el activismo y reflexionar sobre el futuro de esta herramienta vital de transformación social.

En primer lugar, debemos reconocer una realidad que afecta profundamente a la base del activismo: la crisis del bienestar social. Cuando las condiciones de vida se deterioran, cuando las personas se ven obligadas a luchar por su subsistencia básica, la energía, la atención y el compromiso con causas colectivas disminuyen. No por falta de sensibilidad, sino por agotamiento, por necesidad. El activismo no puede florecer en un suelo seco, y hoy, ese suelo está cada vez más árido.

Estamos presenciando una desmovilización silenciosa, una retirada que se da sin discursos, sin comunicados: simplemente, la gente ya no puede más. La precariedad, la incertidumbre, los trabajos inestables, la salud mental quebrada… son factores que están silenciando muchas voces que antes se alzaban con fuerza.

A ello se suma otro problema de fondo: el activismo está envejeciendo. Muchos de los que seguimos en pie, en primera línea, tenemos ya un largo camino recorrido. Pero ¿Quién viene detrás? ¿Quién recoge el testigo?

Los jóvenes, en general, se están desvinculando de la lucha social organizada. Están inmersos en un entorno dominado por las redes sociales, donde la inmediatez y la apariencia priman sobre el compromiso a largo plazo. Si bien existen excepciones valiosas, lo cierto es que hay una ruptura generacional preocupante. El sistema educativo ha despojado a la juventud del pensamiento crítico, de la conciencia social, de la conexión con la naturaleza y con la comunidad. Se ha priorizado la competencia sobre la cooperación, el éxito personal sobre el bien común.

Y así, los mayores resistimos, pero comenzamos a cansarnos, mientras las nuevas generaciones, en muchos casos, no ven siquiera el valor de la lucha que les corresponde continuar.

Todos capitanes, para pocas naves

Otro desafío importante es la excesiva atomización del activismo. Especialmente en el ámbito del medio ambiente y la protección animal, existe una proliferación de asociaciones pequeñas, cada una liderada por personas con buena intención, pero sin capacidad real de incidencia.

Cada uno quiere ser capitán de su propia nave, en lugar de remar en una dirección común. Falta generosidad, falta visión estratégica, falta unidad. La ausencia de federaciones fuertes que agrupen esfuerzos, multipliquen recursos y refuercen voces está debilitando al movimiento.

La causa no es el ego, sino la falta de estructuras que fomenten la cooperación real. Mientras los poderosos se agrupan en lobbies globales, nosotros nos dispersamos en pequeñas trincheras aisladas.

El golpe silencioso

Uno de los golpes más duros que estamos recibiendo viene de la mano del poder institucionalizado: las llamadas demandas estratégicas contra la participación pública, conocidas como SLAPP por sus siglas en inglés. Se trata de acciones judiciales sin fundamento, pero con un propósito claro: intimidar, silenciar y desgastar a los activistas y organizaciones que denuncian públicamente atropellos, abusos o violaciones de derechos.

Estas demandas no buscan justicia, sino castigo ejemplarizante. Lo vivió Proyecto Gran Simio cuando fuimos denunciados por el Zoo de Madrid por “atentar contra el honor”, tras denunciar públicamente el uso de delfines heridos. Durante más de dos años soportamos un proceso judicial que llegó hasta el Tribunal Supremo, el cual finalmente nos dio la razón, sentando jurisprudencia.

Pero ¿Cuántas asociaciones más pequeñas, sin apoyo legal ni mediático, pueden resistir un proceso así? Muy pocas. Y ese es el objetivo de estas demandas: crear miedo, desalentar, obligar a callar. Es una práctica extendida a nivel mundial, con el beneplácito de multinacionales y gobiernos que se sienten incómodos con la verdad.

Otro caso emblemático dentro del marco de las SLAAP es el que ha afectado recientemente a Greenpeace Estados Unidos, que ha sido condenada a pagar 660 millones de dólares (unos 605 millones de euros) en daños y perjuicios a la empresa petrolera Energy Transfer. La sentencia fue dictada este miércoles por un jurado de Dakota del Norte, que declaró a la organización responsable de difamación por su implicación en las protestas contra el oleoducto Dakota Access, una infraestructura muy polémica por su impacto ambiental y por vulnerar derechos de comunidades indígenas. Esta demanda, considerada por numerosos expertos como una SLAPP corporativa, refleja cómo las grandes empresas utilizan los tribunales para castigar económicamente y silenciar a quienes alzan la voz frente a sus actividades. A pesar de su trayectoria en defensa del medio ambiente, Greenpeace ha perdido este juicio, lo que supone un precedente alarmante para cualquier entidad crítica con el poder económico. Estas condenas ponen en evidencia el uso perverso del sistema judicial como herramienta de intimidación, con el objetivo de desmovilizar a otras organizaciones, activistas y periodistas mediante el miedo a consecuencias económicas catastróficas.

Estos casos no son aislados ni circunstanciales. Tanto la reciente condena a Greenpeace Estados Unidos como el intento de criminalización del Proyecto Gran Simio en España por denunciar públicamente el estado de los delfines  en el zoo/acuario de Madrid, son ejemplos claros de cómo se está instaurando una estrategia global de silenciamiento bajo el paraguas legal de las SLAAP. Ya no se trata solo de frenar manifestaciones o campañas de presión social, sino de asfixiar económicamente a quienes se atreven a alzar la voz por los derechos humanos, de los pueblos indígenas, de los seres sintientes no humanos o de la naturaleza.

La gravedad reside en que estas demandas, aunque muchas veces infundadas, buscan consumir tiempo, recursos y energía de quienes defienden el interés público, provocando un efecto de autocensura y miedo entre activistas, ONG, periodistas y científicos comprometidos. El sistema judicial, que debería proteger la libertad de expresión y el derecho a la crítica, está siendo manipulado por grandes intereses económicos para proteger sus privilegios a costa del bien común.

En este contexto, se hace urgente legislar a nivel internacional contra las SLAAP, proteger a los defensores de derechos y garantizar que el sistema judicial no se convierta en un arma contra la verdad, la justicia y el futuro del planeta. Porque callar una voz crítica hoy, es permitir la impunidad de los poderosos mañana.

 Distanciamiento generacional con la realidad

Uno de los pilares fundamentales para el despertar del compromiso social y ambiental debería ser la educación. Sin embargo, hoy en día, la educación en universidades, institutos y escuelas ha perdido el contacto con el mundo real, con la tierra que pisamos y el entorno natural que nos sostiene. Esta desconexión es más profunda de lo que parece, y sus consecuencias ya son visibles en las nuevas generaciones.

Los planes de estudio están cada vez más orientados a lo técnico, lo competitivo, lo económico. La naturaleza ha sido desplazada del aula, convertida en una simple materia optativa, si es que aparece. Las excursiones han sido sustituidas por tareas digitales. El contacto directo con el bosque, el río, la vida silvestre, se ha evaporado. ¿Cómo van a amar y proteger algo que no conocen, que no han vivido, que no han sentido?

Este vacío se llena con pantallas. Los teléfonos móviles y las redes sociales han colonizado la mente de millones de jóvenes, generando dependencia, dispersión, aislamiento. Pasan horas en mundos virtuales que les distraen, les absorben y les alejan de los problemas reales, de la interacción humana, de los desafíos que enfrentarán en su vida adulta. La realidad, esa que no tiene filtros ni “likes”, les resulta cada vez más ajena.

El resultado es alarmante: jóvenes sin conciencia ambiental, sin conexión con su entorno, sin herramientas para defender un futuro que les pertenece. Están siendo educados para sobrevivir en un sistema que ya está en crisis, sin enseñarles a construir uno nuevo.

Si no actuamos ahora, perderemos una generación clave para el cambio. Por eso, es urgente:

Introducir una asignatura obligatoria de contacto con la naturaleza en todos los niveles educativos.

Implementar programas reales de educación ambiental práctica, no solo teórica.

Formar docentes con conciencia ecológica y social, que enseñen desde la experiencia.

Desintoxicar la relación con la tecnología, enseñando un uso consciente, equilibrado y crítico de las redes y dispositivos móviles.

Promover el pensamiento crítico, la empatía, la participación social desde edades tempranas.

Educar no es solo formar trabajadores. Es formar ciudadanos conscientes, empáticos y comprometidos. Y esa es la base para cualquier activismo futuro. Sin jóvenes conectados con la vida, el activismo no tiene herederos.

Ante este panorama desolador, debemos preguntarnos: ¿Qué podemos hacer?

1. Exigir una legislación que impida las SLAPP: Es urgente contar con leyes claras que protejan a los defensores del medio ambiente, los derechos humanos y los animales, y sancionen el uso abusivo del aparato judicial para silenciar voces críticas.

2. Construir unidad: La federación de asociaciones afines no debe ser una opción, sino una necesidad. Las redes, plataformas y coaliciones fortalecen el impacto y reparten las cargas.

3. Fomentar el relevo generacional: Debemos acercarnos a los jóvenes, adaptar nuestros lenguajes, integrar sus modos de acción y darles protagonismo. No desde la imposición, sino desde el acompañamiento y el ejemplo.

4. Cuidar al activista: El activismo no puede seguir basándose solo en el sacrificio. Necesitamos espacios de cuidado, de descanso, de apoyo mutuo. Activistas quemados no cambian el mundo.

Resistir para existir

El activismo está en la cuerda floja, sí. Pero aún resistimos. Aún hay voces como en estas jornadas, como las de tantas personas anónimas que siguen alzándose cada día.

No podemos permitir que el miedo, la fatiga o la división nos silencien. Porque detrás de cada lucha, hay vidas que dependen de ella: vidas humanas, no humanas y ecosistemas enteros.

Necesitamos una nueva era del activismo: más sabia, más unida, más resiliente y más cuidada.

No se trata solo de actuar. Se trata de existir con dignidad en un mundo que nos quiere sometidos al silencio.

Mensajes finales claros y concisos:

Sin unidad, el activismo se dispersa. Sin jóvenes, el activismo se agota.

Las demandas SLAPP son una forma moderna de censura: debemos frenarlas.

El activismo no es una moda: es un compromiso vital con la justicia y la vida.

Resistir es ya una forma de victoria. Actuar juntos es la única esperanza.

 

NOTA: Intervención telemática, de Pedro Pozas Terrados, Director Ejecutivo del Proyecto Gran Simio, ante el VI Encuentro Nacional y IV Congreso Internacional sobre los derechos de los animales no humanos “10 años de la materia Derecho Animal”, organizado por Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (Departamento de Ciencias Sociales), el pasado 16 de Mayo de 2025.

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